25.8.09

Una vida de Alfredo

Tú quieres que te amen, con lujuria, con pasión, con ímpetu. Con todos los sinónimos de la RAE. Quieres que te amen de forma exagerada, loca, tal y cómo te han enseñado las películas que deberían hacerlo. Por eso, cuando vas a un restaurante, te decepcionas al ver que tu novia no empieza a fingir un orgasmo igual que cómo cuando Sally encontró a Harry. Agachas la cabeza, hundido, cabizbajo, porque encima de no haber oído los gemidos, has tenido que pagar tú la cena. ¿Y por qué ocurre todo esto?Muy sencillo. Tan sólo hay una cosa que tienes que entender, y es que tú nunca podrás ser el sueño erótico de ninguna chica. Así de sencillo. Así de amargo.

Tú te llamas Alfredo, no Brad, ni Leo, ni siquiera te llamas Harry. Tú te llamas Alfredo y sólo puedes aspirar a llevar una vida de Alfredo, a tener una polla de Alfredo, a que te amen en tu medida de Alfredo. Y eso es muy duro, porque ninguna chica pasará la vergüenza de gemir por un Alfredo.De esta manera, vas pasando de frustración en frustración, y de fracaso en fracaso. La F es la letra del abecedario que más controlas, y por eso no te sorprendes cuando acabas llamando a una furcia. Al principio hay algo que te incomoda, (alguien podría pensar que es la moralidad) pero no. Que va. En el fondo, lo que te joder es que ya tienes veintitantos y estás cansado de esperar. Lo que no puede dejar de pensar es que en esta vida de sexo y desenfreno, ya llevas retraso, y por mucha prisa que te des en pulirte la tarjeta de crédito, nunca vas a poder recuperar el tiempo perdido. Porque los amores funcionan del mismo modo que el aire, y si no me crees, escucha lo siguiente:

¿Qué pasaría si dejases de respirar durante tres minutos y luego te resucitaran? ¿Seguirías viviendo? Sí, pero durante esos tres minutos, la falta de oxígeno en el cerebro habría matado tantas células que ya nunca volverías a ser el mismo. Pues lo mismo pasa con el sexo. Puede que a los cuarenta años tengas un montón de pasta y eso te permita follar todo lo que desees. Pero si no lo has hecho cuando tenías dieciocho, la cicatriz que abriste en la adolescencia nunca se podrá cerrar. Y eso es así de duro. Así de amargo.

Y lo peor de todo, lo increíblemente injusto y peor de todo esto, es que simplemente sucede porque tú te llamas Alfredo.