26.11.09

Acepciones II

La palabra Futuro tiene ese algo que perfora. Como una taladradora. Ese tipo de ruido sordo que retumba e incomoda.

No lo digo porque el Futuro me abrume, simplemente es que no me interesa satisfacer las ambiciones que los demás tienen depositadas en mí.

Por eso, cuando me hablan de estudiar para conseguir un buen empleo, siento como si todos los peces gordos del mundo se estuvieran riendo. Lo que más miedo me da, no es que la gente lo crea, es que de tanto oírlo, mis padres también le dan crédito.

Palabras como “tienes que ser alguien” o “debes esforzarte para conseguirlo”, me producen más dentera que las uñas de Florence Griffin rayando una pizarra. Todos deberíamos tener la opción de cagar nuestras vidas sin tener que sentirnos culpables por ello. Por eso, lo peor del futuro entra con el “te lo dije”, con los consejos que debías haber escuchado.

Es de buenas personas intentar que tu hijo no cometa un error, pero es de los honestos dejar que tropiecen con las mismas piedras que tú. ¿Por qué si tú te equivocaste no dejas que tu hijo lo haga? ¿No debería tener las mismas oportunidades que tú? Debe ser muy difícil asumir que has elegido mal.

¿Y qué si quieres pasarte la vida pintando la mona, siendo un parasito? ¿Acaso la vaca que pasta no lo es? Me gustaría ser una de esas vacas que viven a la suya hasta el día que las matan y las hacen entrecots. Vivir hasta donde te den chance y cuando todo acabe, nada de títulos de crédito.

La unión europea paga un subsidio de dos euros y medio a cada ganadero para que tengan una vaca. Teniendo en cuenta que más de la mitad de la población mundial vive con menos de esa cantidad, no veo por qué el gobierno no subvenciona a mis padres para que siga haciendo lo que hasta ahora.

Firmado:
Aprendiz de ternero.

23.11.09

acepciones I



Avanzar, prosperar, progresar… ¿Dónde se encuentra el diccionario que decide qué verbos son positivos y cuáles no?

Esforzarse, desarrollarse trabajar… Siempre he dicho que hay algunos verbos que están muy sobrevalorados.

Renovarse, batallar, involucrarse… ¿Serían tan amables de dejarme cinco minutos a solas con el diccionario y pasarme ese tippex de punta gruesa?

14.11.09

Aspirante a koala


Se necesita un buen motivo para irse a un sitio tan lejano como Australia. Y yo, no lo tenía.
Torrelodones; vale.
Barcelona; también.
Pero si lo que quieres es largarte al otro lado del mundo, necesitas un buen motivo con el que convencer a tus padres.
En mi caso, la excusa daba igual. Algo con lo que contentarles; un hueso. Un “necesito realizarme”. Cualquier cosa que les ayudase a entender un poco lo que estaba sucediendo.
Porque convencerles a ellos era lo fácil. Lo difícil era cuando trataba de convencerme a mí mismo. Precisaba de algo con lo que empantanar mi cerebro, una coartada con la que justificarme si todo salía mal. Porque si había una cosa que yo necesitaba, esa era irme. Todavía no sabía porqué, lo que sí sabía, es que ya tenía prisa por hacerlo. Y es cierto, en Australia no se me había perdido nada. Y también es cierto que allí posiblemente seguiría siendo el mismo amargado que aquí. Puede ser. Pero también puede que no, y hay que reconocer que simplemente, a veces, la distancia ayuda.
En cualquier caso, poco importa. La cosa es que de tanto pensar los porqués, me obsesioné. Por las noches inventaba historias que durante el día me repetía. Historias donde los recuerdos traumáticos de mi infancia imaginada, pedían ser psicoanalizados. Y si quería superar de una vez ese pasado ficticio, debía ir a Australia y enfrentarlos.
Por eso, al final, de todas las historias que inventé, quedaron tres. Ésta es la primera.

A los nueve años, para los carnavales del colegio, mi madre me hizo un disfraz de koala. La profesora nos había dicho que ese año nos disfrazáramos del animal que más nos gustase. En un principio, parecía muy fácil. Todos los niños tienen un animal preferido; un tigre, un oso panda, el perro o que sé yo. Cuando un niño elige su animal preferido hay una serie de reglas que hay que tener en cuenta. En primer lugar, debe ser mamífero, (el urogallo, aunque nos parezca muy gracioso, jamás aparecerá en los ranking de popularidad de los zoológicos). Si eres chico, puedes escoger algún reptil o algún ave siempre que sean peligrosos, véase las serpientes o el águila real. Si eres chica, quedarán más apropiados conejitos o cervatillos. A ser posible animales que se puedan abrazar (con la excepción del caballo aunque también entra su variante: el pony).
Sin embargo, yo era diferente. Mi animal preferido era el koala. Koala había sido el primer peluche que había tenido, y de koala había sido mi primer disfraz. No tenía ninguna razón, simplemente su destino iba ligado al mío desde que tenía uso de razón. Por eso, cuando la profesora dijo de disfrazarnos, no dudé cuál sería mi traje.
Así que, al día siguiente, el patio del colegio estaba rebosante de pequeñas fieras que rugían, chillaban y mordían con más ahínco que de costumbre. En el recreo, como de rutina, fui al rincón de los columpios. Allí sentado, un larguirucho leopardo me dio la bienvenida.
-No te puedes subir.
-¿Y por qué no? –Le respondí.
-Los osos amorosos no pueden subirse a los columpios.
-No soy un oso amoroso, soy un Koala.
-Eres un oso amoroso y deberías ir a buscar tréboles o a jugar con las palas.
Una niña vestida de ardillita (y con los mismos dientes que su disfraz) se acercó al columpio que estaba libre y se subió de un saltito.
-¿Y ella, por qué puede subirse?- Pregunté yo.
- Ella es un animal real y tú no.
El koala sí que existe. –Argüí
-¿Ah sí? Me dijo.¿Y qué animal es un koala?
Se hizo un silencio afilado. Los cuatro ojos pesaron demasiado.
-Vete a jugar con las palas. –Me rugió el leopardo.

Ese día, lo primero que hice al llegar a casa fue ir en busca de la enciclopedia para ver qué demonios era un Koala. El caso es que nunca me había interesado demasiado la biología, pero ese día había perdido algo. Una cosa que dolía y punzaba dentro de mí y a la que erróneamente por esas fechas llamaba orgullo.
El aliento me palpitaba en la garganta impidiéndome llorar y sólo había una manera de solucionarlo. Abrí la página de la enciclopedia y leí lo que ponía sobre el koala.
“Koala: mamífero marsupial que vive en Australia.”
Muy bien. Mamífero sabía lo que era, y Australia también. Pero marsupial… ¿Qué diablos era un marsupial? Busqué de nuevo.
“Marsupial: Dícese de los mamíferos cuyas hembras dan a luz prematuramente e incuban a sus fetos en una bolsa hasta que éstos terminan de desarrollarse del todo.”
¡Estupendo! Resulta que el koala no sólo era un estúpido bicho parecido a un oso de peluche, sino que además, era un animal que nacía mal formado.
¡Genial! Así que esa triste bola de pelo venía a ser mi animal favorito. Ese era el animal que había defendido a costa de mi popularidad en la escuela. De verdad, estupendo.
Mi padre, que estaba sentado en la cocina leyendo las cartas del banco, no se percató de mi presencia. Me acerqué a él llorando.
-Papá, el koala es el peor animal del mundo, ¿Por qué dejaste que fuera mi preferido?
Mi padre continuó absorto en las cartas.
-Si no te gusta, elige otro animal.
-Pero eso es imposible. –Dije yo. -Sólo se puede tener un animal preferido y es para siempre. Además, -Le dije -No tengo otro disfraz.
Mi padre siguió sin levantar la vista de sus cartas.
-El koala es gris, ¿no? Pues disfrázate de canguro. Hay canguros grises, sólo tendrás que añadirle una cola.
-¿Y ese canguro? –Pregunté.- ¿También es un marsupial?
Yago, ¿No ves que estoy ocupado? –Dijo mi padre levantado los ojos por primera vez de las cartas. -Espérate que llegue tu madre y le preguntas a ella.

Y así fue como empezó todo. No es necesario decir que para ser aspirante a koala hace falta algo más que un buen disfraz. En realidad, hasta hace poco pensaba que era una cuestión de naturaleza. Algo con lo que nacías o no nacías. Como dije de pequeño; “No se puede cambiar de animal.” Ese era mi tótem, mi ascendente, mi destino. Y hasta los griegos sabían que no se debía jugar con el destino.
Yo había nacido para ser koala y tenía que aprender a aceptarlo. Al fin y al cabo, la insatisfacción que me oprimía por las noches, esas ganas de gritar debajo del agua, de arañar, bufar o descolcharme, sólo eran eso: estar mal formado. Es duro nacer marsupial en un mundo de mamíferos, sobre todo, cuando hay leopardos acechando por todas partes.
Hasta aquí la primera historia. La primera de esas tres historias que contaba para justificar mi obsesión por Australia. La segunda la contaré otro día. Por hoy, ya es suficiente. Lo peor de todo esto, lo que más me jode, es que a día de hoy, no recuerdo cuál de las tres historias fue la que elegí.