2.7.09


Ellos sabían que nunca los detendrían.
Que ningún juez los condenaría.
Pero los dos se sabían asesinos.
Culpables de mil pequeños crímenes.

Él era de los que reciclaban el plástico.
Ella, de las que esperaban su turno en las colas.
El resto de los días se acordaban de mandar felicitaciones.
Eran de los que sabían, sin necesidad de una agenda, las fechas de cumpleaños.

Cualquier abogado los hubiese defendido.
Ningún niño hubiese volteado su cabeza.
Cuando el jurado entró en la sala
Lo único que vio es que ambos pagaban sus impuestos.

Pero aún así, ellos se sentían criminales
Y aunque nadie los declarase responsables,
los dos se sabían asesinos.
Culpables de mil pequeños crímenes.

Culpables de haber acabado con su paciencia.
De haber apedreado su inocencia.
Los dos sabían ser los homicidas
De las mil vidas que imaginaron vivir juntos.

Pero el juez no vio los cadáveres.
Y los vecinos no escucharon los gritos.
No hay desacato, hay consenso.
Los bienes se dividirán en dos.

Así fue como quedaron impunes
Del delito de su relación.
Libres de haber acabado
Con todo aquello que amaron del otro.

Se sabían asesinos. Y querían su castigo.
Pero nadie los paraba por la calle.
Porque el resto de la gente, no eran justicieros.
Eran sus cómplices.
Cómplices de mil pequeños crímenes.

3 comentarios:

Itziar San Vicente dijo...

sin palabras

Inocente82 dijo...

Me ha encantado este texto. Seguiré pasándome por aquí. ciao!

diana dijo...

Pero qué bien escribes, jodío!