1.7.09

Todos tenemos buen currículum


-No.

-Quizás.

-Tal vez.

-No.

-Nanay.

-No hay.

-Que va.

-Lo siento.

-No.

-Que no.

-Porque no.

Salgo a buscar trabajo y la respuesta se escribe sola. No hay nada más estúpido que un tipo caminando con un currículum bajo el brazo. No me extraña que sea difícil encontrar trabajo, cualquier persona que lleve camisa y una hoja de papel en las manos dan ganas de joderlo. No me sorprendería si me contasen que en las guerras utilizan a personas que buscan trabajo como chaleco antibalas. Ya lo sé. Todos pasamos por esto, incluso los jefes. La diferencia es que ahora son ellos los entrevistadores y yo el entrevistado. Es su única oportunidad de cagar a alguien tal y como les cagaron a ellos. De sentirse por encima de ti. De ser superiores. No les culpo. Yo haría lo mismo.

A los quince años había una chica en mi clase que se llamaba Clara. Era gorda, de pelo electrizado, y siempre que la veías, estaba comiendo un bollo. A los quince años no nos gustaba a nadie. Todos creíamos tener cotas más altas a las que aspirar.

Sin embargo ya se la había chupado a la mitad de la clase. Alguno se inventó una frase que ese año repetíamos continuamente.- ¡Chupapolla Claraboya! Se lo gritábamos agarrándonos bien fuerte la entrepierna. Y con tonillo. En plan cantinela, que así jodía más.

Evidentemente, un año antes nadie decía tal cosa. Todos estábamos deseosos de ser uno más del grupo de sus elegidos. Pero en tercero de B.U.P, aquellos que éramos iniciados ansiábamos nuevas conquistas, alguna que no estuviese tan devaluada.

Es cierto, teníamos quince años, (habíamos pasado de matar hormigas a los cinco, a pegarnos a los diez, a insultarnos a los quince) Éramos chavales y no entendíamos bien lo que hacíamos (aunque en realidad si entendíamos) La humillábamos por hacernos algo que deseábamos y que ninguna otra persona quería hacernos. Simplemente porque ella lo hacía y las otras no. Esa era nuestra manera de vengarnos contra el mundo. Insultarla a ella.

Lo bueno de estas cosas es que la vida suele devolverte la jugada. El otro día vi a Claraboya en un spot australiano. (Se había cambiado de país, no lo sabíamos.) Anunciaba un conjunto de sujetadores. Había perdido cuarenta kilos y había ganado en bótox y cirugías, pero las tetas estaban como entonces. Por eso, cuando la vi, apenas la reconocí. Ella parecía una veinteañera que no desentonaría en las playas de Malibú y en cambio a mí, me estaba creciendo una tripa que sería difícil de disimular en lo que me resta de vida.

Con esto lo que quiero decir es que es muy fácil culpar a la inflación, al superávit, o a los contratos basuras. Supongo que esto explica algunas cosas y hace la vida más llevadera. Sin embargo, lo que no explica es que el vecino pegue a su mujer cada noche, o que a los hombres de cuarenta les gusten las chicas de catorce.

Nosotros teníamos quince años y en su momento, eso podía servirnos para justificar aquello que estábamos haciendo. Por suerte la vida nos la hizo pagar. Lo malo, es que a veces Dios no siempre tiene tiempo para vengar todos los desacatos. En cualquier caso, no lo culparé si no me da trabajo.

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